En un mundo en que cada día tiene adjudicada una reivindicación de consumir y olvidar, a algunos les encantaría que el 8 de marzo se deslizara hacía una celebración litúrgica, ocultando la dimensión transformadora de las luchas feministas.
He aprendido de mis compañeras y amigas sindicalistas que, además de luchar por los derechos de las mujeres, el feminismo aporta a la sociedad una gran capacidad de transformación social. El 8M del 2024 es una buena oportunidad para destacarlo una vez más.
El feminismo no solo representa, canaliza y organiza la exigencia de derechos e igualdad para más de la mitad de la población. Sus reivindicaciones de género permiten avanzar en verdaderas conquistas de ciudadanía.
Ello es especialmente evidente en el ámbito de las relaciones de trabajo. La exigencia de igual salario para trabajos de igual valor o la conciliación del empleo con la vida personal comenzaron siendo reivindicaciones de género. En la medida que se abren paso, aunque sea de manera insuficiente, acaban siendo valores civilizatorios.
Fijando la mirada en el horizonte cercano aparece la potencialidad del feminismo para dar respuesta a uno de los grandes retos que tenemos como sociedad. La necesidad de incorporar la cultura de los cuidados a todas las facetas de nuestra vida como una responsabilidad que nos emplaza a todas las personas.
Esta vertebración de reivindicaciones y conquistas sociales está presente desde la noche de los tiempos, en que luchas feministas y obreras se encontraron en el “Pan y Rosas”. Recuerdo el impacto que nos produjo hace años escuchar el testimonio de Ramona Parra, dirigente histórica de CCOO del textil de Madrid, al referirse a la primera movilización por el convenio provincial a mediados de los años 70 del siglo pasado. Ramona nos contó como la marcha a pie de las mujeres en huelga desde su empresa hacia la sede del sindicato vertical supuso el empoderamiento de unas mujeres que, en algunos casos, era la primera vez que salían del entorno cerrado en el que trabajaban y vivían.
Ahora, ante las grandes disrupciones generadas por la digitalización, el feminismo adquiere una dimensión aún más trascendente. Entre los muchos impactos sociales que produce la digitalización quizás el más significativo sea la fragmentación no solo de los trabajos, también de la vida de las personas. Una fragmentación que, en maridaje perfecto con el individualismo extremo, propicia la aparición de innumerables causas reivindicativas, la mayoría de ellas legítimas.
Causas que en ocasiones se expresan de manera que hace difícil su vertebración social y política, porque se formulan de forma autárquica, cuando no confrontada entre ellas. Integrar intereses e identidades y vertebrar causas es hoy uno de los grandes retos sociales y el feminismo aporta mucho a este objetivo del conjunto de la sociedad.
Por eso, el 8 de marzo es un buen momento para destacar aquellas experiencias muy positivas que avanzan en esta vertebración. Este año las compañeras de CCOO han decidido hacer visible la fuerza transformadora que tiene la vertebración de feminismo y sindicalismo. Lo hacen poniendo en valor los muchos avances de los últimos años del sindicalismo feminista.
Nos recuerdan que las sucesivas mejoras del salario mínimo, los avances en la reducción de las brechas salariales, la reforma laboral, la igualación a efectos de cotización de los contratos a tiempo parcial con los de tiempo completo son feminismo. Lo son en la medida que comportan mejoras en las condiciones de vida de las mujeres trabajadoras y contribuyen a su empoderamiento.
En el horizonte de la digitalización aparecen viejos riesgos con nuevas vestiduras. El uso de algoritmos en las relaciones laborales ya ha comenzado a hacer evidente sus efectos discriminatorios. En la medida que los algoritmos se construyen con acumulación de experiencias patriarcales y son mayoritariamente desarrollados por hombres su uso termina teniendo graves efectos discriminatorios hacia las mujeres. Desde los procesos de selección y contratación, hasta los de promoción interna, de incentivos, de diseño de políticas preventivas en salud laboral y muchos más. Quizás por eso quienes están encabezando la batalla sindical por el control de los algoritmos sean en muchos casos mujeres. Y es seguro que otra vez, sus reivindicaciones de género acabaran siendo verdaderas conquistas de ciudadanía en el terreno del control de los algoritmos.
El patriarcado se expresa en todos los ámbitos de la vida. Pero los centros de trabajo son espacios en los que se hace muy evidente la múltiple opresión que sufren las mujeres. La que soportan de una cultura empresarial que considera que los derechos fundamentales de las personas deben aparcarse en la puerta de las empresas. Y de un patriarcado que encuentra en la desigual relación de poder que se da en los centros de trabajo, el caldo de cultivo perfecto para los abusos y la opresión.
Por eso los más de 10.000 planes de igualdad activos en las empresas son feminismo. De la misma manera que también es feminismo la iniciativa de CCOO de poner en marcha el Observatorio de Acoso sexual y por razón de sexo, que se produce en las empresas. En la medida que los abusos son más frecuentes en aquellos ámbitos en los que las relaciones de poder son más desequilibradas, los centros de trabajo constituyen uno de los espacios más propicios al acoso y al abuso sexual. Observar, sacar de la oscuridad, hacer evidentes el acoso sexual y los abusos en los centros de trabajo es feminismo.
Este feminismo sindical cotidiano, de lluvia fina que va impregnando la sociedad, y que no suele ser noticia, solo es posible desde un sindicalismo que se reconozca a si mismo como feminista. Y lo practique.
Este 8 de marzo es una gran oportunidad para reconocer y reivindicar la fuerza vertebradora del feminismo, como portador de valores universales y su gran capacidad de transformación social.