Catalunya: resaca procesista
· 19/07/2024 ·
Sesión del pleno del Parlament el pasado 26 de junio 2024 | Parlament de Catalunya (Sergio Ramos Ladevesa)
Puigdemont no tiene ninguna posibilidad. Su objetivo es erosionar y acorralar a ERC. Si ERC activa su instinto de superviviencia, permitirá gobernar a Illa
Cuesta escribir, diciendo algo, sobre una realidad tan volátil y sometido al riesgo de que una vez publicadas, las palabras escritas hayan sido desmentidas por la vida. Vamos a intentarlo.
En las próximas semanas nos jugamos el futuro inmediato de la gobernabilidad de Catalunya, pero no solo. De rebote, su incidencia en la de España.
La incertidumbre no es una novedad, llevamos así algunos años y tampoco es una exclusiva de nuestro país. Basta ver lo que sucede en Europa o en los EUA.
Deberíamos incorporar la incertidumbre como una variable endémica de nuestras vidas, también de la acción política. Dramatizar sobre ello solo sirve para que las derechas se aprovechen de la ancestral necesidad de seguridad de los seres humanos, con la que alimentan los miedos y con ellos sus políticas reaccionarias.
El día después del 12 de mayo, comenzó la especulación respecto a si los resultados suponían o no el fin del procés. Mi percepción es que el procés, como estrategia del independentismo, ha llegado a su final, pero el procesismo continúa vivo. Entendiendo por procesismo una mezcla confusa de reivindicaciones legitimas, astucia, ficción de los dirigentes, todo bien aliñado con la pugna insomne entre las fuerzas políticas independentistas para hacerse con la mayoría en este espacio político.
Doy por supuesto que la única posibilidad de no tener que repetir las elecciones en octubre es la investidura de Salvador Illa. A pesar de la escenificación de Junts, Puigdemont no tiene ninguna posibilidad y lo sabe. Su objetivo es, una vez más, erosionar y acorralar a ERC.
La indecisión de ERC
Los números nos dicen que la investidura de Illa depende de la decisión que adopte ERC y la vida nos enseña que su decisión no solo va a depender de las habilidades políticas de los negociadores. Van a jugar importantes factores emocionales, muy especialmente el complejo de inferioridad que incomprensiblemente sufren los republicanos respecto a los neo convergentes, que se consideran los propietarios de la masía catalana.
ERC ha salido mal parada de este ciclo electoral. No solo porque ha arriesgado, al ser la primera fuerza independentista que apostó por el diálogo. No sin altibajos, contradicciones y mucho tacticismo como en su no a la reforma laboral impulsada por el Ministerio de Trabajo y concertada con sindicatos y empresarios.
Su desgaste obedece también a que estos movimientos de dialogo los ha ejecutado con mucho tacticismo y escasa pedagogía. Nadie en el campo independentista, tampoco ERC, ha hecho un balance sincero de su apuesta-fake por la DUI. Aunque cada vez menos, durante años hemos asistido a la liturgia de “Ho tornarem a fer” o a mantener como eje de sus propuestas el referéndum de autodeterminación.
El abismo entre las palabras, la propaganda y las actuaciones ha pasado factura a todo el universo independentista, pero especialmente a ERC porque es la fuerza en la que discursos y actos difieren más. Y la que abrió la vía del diálogo.
La decisión final que adopte ERC tiene un componente político, pero sobre todo emocional. En ese terreno pantanoso, en el gobierno de las emociones, van a tener que tomar una decisión. En la dirección y en las bases de ERC están muy presentes dos instintos en constante pugna. De un lado el instinto de supervivencia, porque saben que unas nuevas elecciones, planteadas como un plebiscito de Puigdemont frente a Illa, aún les pueden hundir más y les perjudican en su estrategia de refundación. La supervivencia se acompaña de un instinto vengativo con relación a Junts. Se sienten, con bastante razón, muy maltratados por los postconvergentes. Cada vez que se han enfrentado los herederos de Pujol —Mas y Puigdemont— se la han jugado a los republicanos y con malas artes.
De otra parte, en ERC ha resurgido con fuerza la tendencia histórica que tienen a autolesionarse. Cada tres lustros, aproximadamente, a ERC le entran instintos autodestructivos. De hecho, Junqueras se hizo cargo de su dirección, sin ni tan siquiera ser militante, en uno de estos momentos.
En estas circunstancias adopta decisiones lesivas para sus intereses. Este sentido trágico de la vida política de ERC viene incentivado ahora por la poca pedagogía política que se ha hecho del cambio de estrategia. Hasta hace dos días aún hablaban del referéndum pactado como condición irrenunciable para apoyar la investidura de Illa.
Así creo que están las cosas, aunque como optimista patológico que soy, también por obligación ética, creo que puede haber investidura a finales de verano, fecha tope el 26 de agosto.
Hay datos que me hacen pensar que la dirección de ERC quiere un acuerdo de investidura. De momento parece haber dejado para más adelante planteamientos que son inviables en un pacto con el PSC, como el del referéndum de autodeterminación.
El eje de sus reivindicaciones es el pacto fiscal y este es un terreno que ofrece mucho margen a la negociación y el acuerdo. Pero no deberíamos olvidar que un acuerdo debe pasar —así lo han decidido— por la consulta con la militancia. Más de ocho mil almas dan para muchos sustos, sobre todo si se sienten maltratadas por la vida.
Hay quien piensa que la confrontación que viven en su interno perjudica la participación de ERC en los acuerdos de investidura. Déjenme que comparta mi percepción contra intuitiva. Es posible que los efectos sean en sentido contrario. Si las bases de ERC canalizan hacia el interno su cabreo, igual eso sirve de válvula de escape y termina beneficiando el clima de negociación y acuerdos.
Esperemos que en ERC prime el sentido de supervivencia política y faciliten con sus votos la investidura. Lo de participar en un gobierno de progreso, me parece fuera de las posibilidades reales. ERC necesita tiempo para poner en orden su interno.
Los Comunes necesitan un proyecto para Catalunya
A estas alturas se habrán dado cuenta de que no me he referido para nada a los Comunes. Mucho me temo que los resultados nos han llevado a una posición poco relevante.
Quizás ha llegado el momento de reflexionar cómo se pasa de los “insatisfactorios” resultados de las elecciones del 2012 en el que la coalición ICV-EUIA alcanzó “solo” 13 diputados a los seis actuales de Catalunya en comú. Eso mientras en las elecciones generales del 2015 se llegó a ser la primera fuerza de Catalunya y en las últimas los resultados han sido bastante satisfactorios.
Seguro que hay factores externos, entre ellos los niveles de polarización política con relación a la cuestión nacional. Pero las dificultades externas no lo explican todo. Me permito apuntar alguna hipótesis.
Mi opinión es que Catalunya en Comú renunció desde sus inicios a tener una propuesta propia y autónoma para Catalunya. Ya en las autonómicas del 2015 decidieron no participar, pero sí lo hicieron dos meses después en las generales. Esta renuncia ha estado acompañada durante mucho tiempo por otra, la de disponer de una organización estable para toda Catalunya que permitiera la confluencia organizativa de las fuerzas políticas que la alumbraron.
Dicho así puede sonar muy fuerte, pero si ponemos la moviola y analizamos con sinceridad lo que ha pasado desde 2015 comprobaremos la falta de un proyecto propio para Catalunya y un grado importante de subalternidad con relación a las necesidades de gobernabilidad de Barcelona, convertida en el imaginario de los comunes en una verdadera ciudad estado de la época de Atenas.
Esta subalternidad aparece con nitidez durante esta década en diferentes momentos. En relación al procés y muy especialmente en las decisiones de participar o no en las movilizaciones anuales de los 11 de septiembre. Cada año se adoptaba una posición distinta, en el último momento y en clave tacticista, en función de donde soplaba el viento.
Esto puede parecer una anécdota, pero no lo es tanto si va acompañada de decisiones también subalternas con relación a los presupuestos de la Generalitat durante estos años. Las decisiones de votarlos a favor siempre han estado condicionadas por las necesidades de gobernabilidad del ayuntamiento de Barcelona. Hasta cierto punto lógico cuando se gobierna en minoría la principal ciudad de Catalunya, pero la tendencia ha arrastrado la misma subalternidad cuando ya no se forma parte del gobierno y no se ostenta la alcaldía.
En situaciones tan volubles, como los debates presupuestarios, todo es discutible y los errores son humanos. Pero cuando un error se repite —no el sentido del voto, sino su subalternidad— se convierte en una opción estratégica. Catalunya en Comú ha renunciado hasta ahora a tener un proyecto para Catalunya, porque ha decidido subordinarlo en lo político y lo organizativo a los intereses políticos de la gobernabilidad de Barcelona.
Esta es la misma razón por la que ha adoptado posiciones autárquicas con relación a las últimas elecciones europeas.
De cara a la asamblea convocada para el mes de noviembre Catalunya en Comú tiene la oportunidad y el reto de abordar estas cuestiones. Y debería hacerse desde la sinceridad para si misma de la organización.
Para entonces ya se habrá resuelto la incógnita sobre la investidura de presidente de la Generalitat. Ojalá se haya abierto paso a una mayoría de progreso que permita abrir una nueva etapa en Catalunya, al tiempo que se aporta una mayor estabilidad a la coalición de gobierno progresista en España.
Dios no quiera —disculpen la referencia religiosa— que haya repetición electoral en el mes de octubre. Me temo que si eso acabara así sería una mala noticia para Catalunya y mucho peor para la izquierda que representa Catalunya en Comú.